15 de abril de 2016

POESIAS CON MIRADA RELIGIOSA MOIXENTINA (23)

LAS SANTAS RELIQUIAS DE MOGENTE

Fue Fray Cristóbal Moreno,
el varón cristiano y bueno
que eligió Nuestro Señor,
con designio Omnipotente,
para llevar a Mogente
joyas de inmenso valor.

Joyas que son un tesoro,
más ricas que los brillantes,
más puras que los diamantes
y que fulgen más que el oro.

No son joyas terrenales
que el poseer quieren tantos,
son vestigios celestiales
de Mártires y de Santos.

Restos de cuerpos vejados,
heridos, martirizados
por la cruel villanía,
por la infame vesanía
y los delirios insanos
de Césares y tiranos.

Y este es el fruto bendito,
y este es el rico presente
que el Gran Papa Sixto V
hizo al pueblo de Mogente.
Fray Cristóbal, diligente,
presto se puso en camino,
de Dios, cumpliendo el destino.

Por la fe que poseía
con esfuerzo sobrehumano,
este humilde Franciscano
caminaba noche y día,
y la sed y la fatiga
aumentaba su fervor,
por llevar la maravilla
de una minúscula astilla
de la Cruz del Redentor.

Y los pájaros cantores,
que la campiña poblaban
al pasar, le saludaban
entonando mil primores.

Y en mañana luminosa
de un día azul y esplendente,
con espíritu sereno
pleno de unción religiosa,
a su pueblo de Mogente
llegó Cristóbal Moreno.

Y entre el alegre sonar
de la angélica campana,
y entre los himnos de Hosanna
de los monjes al cantar,
esas joyas consagradas,
por Cristo Dios tan preciadas
las puso sobre el altar,
y con mirada de amor,
intensa fe y arrebato
se le oyó decir: «¡Señor,
he cumplido tu mandato!»

Y desde aquel mismo instante
en todo momento y trance,
cuando la madre se apura
en noche de desventura
y la muerte con su mañas
lucha fiera por robarle
al hijo de sus entrañas;
cuando los vientos de guerra
rugen llenando la tierra
y el odio, con sus pasiones,
reseca los corazones;
cuando estalla la tormenta
y el labrador se amedrenta
por creer, despavorido
todo su esfuerzo perdido,
con lágrimas, en los ojos
caen sus fieles de hinojos,
y musitan con fervor:
Por las Santas Veneradas,
por las Reliquias Sagradas,
imploramos tu favor.

Por eso todos los años,
al descender del altar
en su fiesta secular,
entre estruendo de campanas
y del Himno Nacional,
salen alegres y ufanas
por la puerta principal.

El ferviente, enternecido,
por ellas favorecido,
llora y reza una oración,
y pasa la procesión
por la calleja de En Medio
que es foco de luminarias,
de cirios y de blandones,
fundido con las plegarias
de amorosos corazones.
Y por la calle Mayor,
muchos presencian su paso
desde adornados balcones
cubiertos de fino raso
y de flamantes pendones.

Y al llegar al Parador,
aumenta más su explendor,
la irreverente explosión
de las tracas de colores
las luces de las bengalas
que hacen juego con las galas
que lucen en los balcones.

Con el fulgor luminoso
de un anochecer precioso
que enardece y que facina,
con el olor pegajoso
de pólvora y de sevina,
se extasían los sentidos
y se percibe el latido
de un pueblo sano y ferviente
que por un pueblo sano y ferviente
que por bueno y por creyente
las Santas han protegido,
y el que no está poseído
por las fuerzas del Averno,
vislumbra la sombra vaga
de Fray Cristóbal Moreno
que a las Santas acompaña.

Después, en la carretera,
el desfile es sin ruido,
como si todos quisieran
que las reliquias no vieran
su convento derruido.

Y aún perdura la emoción,
el sentimiento y la pena,
al cruzar la procesión
la calle de la Cadena.

Mas ellas, por su virtud
y la bondad que atesoran
al culpable le perdonan
su tremenda ingratitud.

Sube ordenada y activa
la brillante comitiva
la calle del Hospital
que es un candente fanal;
los cirios, son llamaradas
que iluminan las fachadas
pintadas de blanca cal.

Y es locura y sensación
al pisar la procesión
del Templo la escalinata;
el júbilo se desata
en vítores y clamores;
los cohetes voladores
y las potentes carcasas
hacen retemblar las casas
con sus fuertes explosiones.

Las campanas de la torre,
que son el bello florón
de la Iglesia Parroquial
desgranan con dulce son
su sinfonía triunfal.

Todo vibra alrededor;
la Banda, en plena tensión,
pone toda su atención
en percibir la señal
que indique su Director,
y estalla el cantar genial
de la Marcha Nacional.

Córdula y Ursula hermosas,
viendo de un pueblo el ejemplo,
cruzan radiantes, dichosas,
la bella nave del Templo.

La multitud, de rodillas,
escucha las maravillas
y canta con voz divina,
que nada tiene de humana,
los gozos, que escribió un día
el Marqués de la Romana.

Y antes que el bendito cura
dé término a su oración
y con frase de dulzura
dé la santa bendición,
uno, el más impaciente,
grita con fuerza potente:
¡Vivan las Santas Reliquias!
¡Vivan!, contesta Mogente.



(Autor: Gabriel Vila Vila)